‘Vivir plenamente hacia lo interior igual que hacia lo exterior, no sacrificar nada de la realidad externa en beneficio de la interna y viceversa.’
(Etty Hillesum)

Déjà vu

Cuando estudiaba COU, siguiendo lo que acontecía en la calle, debatimos en clase sobre el aborto y el significado de la vida, lo que me permitió preguntarme sobre qué se quiere decir cuando se habla de defender la vida.

Unos años después, ya en la facultad, salí a la calle defendiendo la posibilidad de que una mujer pueda abortar sin ser criminalizada por ello.
Recuerdo los palos de la policía, a algunos chicos que se ponían en la cabecera de las manifestaciones con ganas de batalla campal y la rabia que nos daba, el sufrimiento de amigas muy queridas que tuvieron que irse al extranjero sin un duro o que tragaron mucha saliva para meterse en quirófanos clandestinos.

En 1985 se logró una ley que, aunque legalizaba el aborto, seguía criminalizando a las mujeres que abortaban fuera de algunos supuestos. O sea, se seguía criminalizando a las mujeres cuyas razones para abortar no eran acogidas ni entendidas por la ley, atentando a su intimidad y vertiendo más dolor a un paso que, con frecuencia, es ya de por sí muy difícil.
Y ahora, a modo de déjà vu, ese tiempo vuelve a resonar con fuerza en el presente.

El cuerpo femenino sigue siendo un gran campo de batalla.
Ayer escuché que una mafia, no solo obligaba a determinadas mujeres a prostituirse, sino que también las obligaban a abortar el fruto de esta cruda práctica.
Escuché hablar, una vez más, de las niñas y los niños robados durante varias décadas en este país.
Estas y otras noticias, como mi propia experiencia vital, me hacen saber que, con demasiada frecuencia, se habla del aborto haciendo un acercamiento instrumental al cuerpo femenino, como si éste fuera un simple recipiente capaz de traer criaturas al mundo.
Se obvia que se trata de un cuerpo vivo al que no le es fácil caminar libre por las calles y que, demasiado a menudo, trae consigo cicatrices que no siempre son fáciles de nombrar.
Se obvia que la capacidad de traer vida es, para muchas mujeres, un hecho que, cuando no se logra vivirlo y significarlo libremente, puede dejar de ser algo con gran potencia para derivar en una condena.

Si a lo dicho le añado lo que está sucediendo en el contexto actual, me resulta muy difícil, casi imposible, digerir las palabras de Gallardón sobre el aborto y la vida.
En Grecia, parte del alumnado de algunos centros de Primaria, a mitad de la mañana, se tambalean por el hambre.
En nuestro país se ha rebajado el salario mínimo al no actualizarlo en función de la subida de los precios y, como sabéis, ya son un millón y medio las familias con todos sus miembros en paro.
Por no hablar de lo que está pasando con la ley de dependencia o con los centros sanitarios.
Ante lo cual, me pregunto con rabia y dolor, lo que ya me preguntaba cuando estudiaba COU: ¿de qué vida hablan cuando hablan del derecho a la vida?

1 comentario:

barutarroba dijo...

Me entristece, me duele y también me cabrea todo esto que está pasando. Me parece que la cuestión es la defensa del "derecho a...", en vez de estar con la vida sin tapujos, y dejar que cada cual, mujeres y hombres, puedan vivirla como quieran libremente. Y creo que de eso se trata, que los derechos no dan libertad. Sin embargo, cada vez veo más que obstaculizan su expansión e incluso la coartan y están, siguen estando, al servicio de los poderosos, la espada (la porra) y la ley. Aunque a veces ésta sirva para parar algo la violencia, que no es poco.