‘Vivir plenamente hacia lo interior igual que hacia lo exterior, no sacrificar nada de la realidad externa en beneficio de la interna y viceversa.’
(Etty Hillesum)

el arte del amor y la política

En esta semana, tres maestras que no se conocen entre sí, me han dicho que lo que las sustentan en este momento de recortes y desánimo es el aliento, agradecimiento y sentido que encuentran en la relación con su alumnado.

Al escucharlas, pude vislumbrar el cuidado que ponen en su trabajo y el amor que sienten por la docencia.
Al recordarlas, pensé que, quizá, cuanto los recursos materiales, burocráticos y técnicos desfallecen, se hace más evidente la potencia de la relación y de lo que cada ser humano pone en juego con su trabajo y presencia.
Pero, al seguir este hilo argumental, sentí un nudo antiguo que no me es fácil de desentrañar.

Es evidente que ese amor que tantas maestras y maestros ponen en su trabajo humaniza y enriquece la escuela.
Es un amor que puede ser la chispa para crear otra escuela más humana y enriquecedora.
Pero, a la vez, puede servir para limpiar los destrozos hechos por otros.
O sea, el amor puesto en la docencia, al minimizar los efectos de los recortes, la desatención y la falta de  reconocimiento de la escuela, puede facilitar la tarea de quienes llevan a cabo este tipo de política destructiva, sobrecargando más aún al profesorado, en un círculo vicioso nada virtuoso.

Es algo que sucede también en el seno de muchas familias, en los hospitales y en otro muchos lugares.
Es un conflicto que muchas mujeres han sentido a lo largo de la Historia y que no siempre han sabido dar respuesta.

Por ello, me pregunto, ¿cómo hacer para que ese amor no se convierta en un mero parche o en un dar margaritas a los cerdos, sino en un camino eficaz para abrir conflictos, transformar, tomar aliento y vivir mejor?
Es una pregunta que me ayuda a no despistarme.

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