Conectarse

En estos días ando despidiéndome de amigas y amigos que se van de vacaciones.
En muchas de estas charlas me han hablado de la necesidad de desconexión.
Hasta hace bien poco yo era una de esas personas que se despedían diciendo esta misma expresión.
Sin embargo, en las últimas vacaciones que he tenido, me he dado cuenta que, en realidad, la desconexión me aburre, me acerca a la vida desde la banalidad y el sinsentido.
Quizás el problema es que yo he entendido mal qué se quiere decir cuando se habla de desconectar. De hecho, ahora siento la curiosidad por saber qué quiere decir cada cual cuando dice esto.
Yo, particularmente, tengo necesidad de liberarme de un ritmo que no es el que me pide el cuerpo, de una agenda apretada y de una cabeza abotargada, de la ansiedad ante el miedo por no dar abasto con todo, etc.
Si es a eso a lo que se llama desconectar, pues me identifico con esa necesidad.
Ahora bien,  hay algo profundo que me dice que no me conviene escudarme en ese verbo porque yo, en realidad, lo que quiero es conectarme, conectar con mi ritmo, con mis deseos y necesidades, con el sol y el mar, con mis lecturas, con mis paisajes interiores, con la gente que me rodea, con el mundo y la vida.
Es más, desde esa conexión, no me sale abandonar esa parte de mi trabajo que me estimula y me da vidilla. Es esa parte del trabajo que está tan vinculado a mi vida que a veces se me olvida que se trata de trabajo.
El caso es que, en realidad, quisiera estar conectada siempre...