A lo largo de la última década he participado en varios foros o cursos de formación para profesorado llamados 'educación para la igualdad'.
Con este nombre se da por hecho que se va a hablar de la igualdad entre los sexos, aunque no todo el profesorado que asiste a estos encuentros lo tiene tan claro de antemano.
De hecho, en más de una ocasión, ha habido quien se ha sorprendido porque en un curso con dicho nombre no se hablara, por ejemplo, del reparto igualitario de los recursos económicos o de la dificultad de acceso a determinados servicios por parte de las personas de otras culturas o procedencias.
Algo similar ha ocurrido con el nombre dado al Ministerio de Igualdad que, con los recortes, se ha fundido con otras áreas llamándose Ministerio de Sanidad, Política Social e Igualdad. Ante el cual, me pregunto, ¿por qué se da por hecho que el apartado de Igualdad se refiere sólo a la igualdad entre los sexos?
Creo que detrás de todo esto hay una cuestión simbólica de gran calado.
Me temo que se trata de una forma de nombrar e interpretar las cosas que no es inocente, ya que deja sin fuelle la atención a las desigualdades que conforman este mundo.En ocasiones, aunque pueda parecer una paradoja, también se deja fuera la que se da entre los sexos.
¿Por qué digo que en ocasiones se deja fuera también la igualdad entre los sexos?
Porque, en ocasiones, además de reducir el significado de la palabra igualdad a la que se da o se puede dar entre los sexos, se confunde igualdad con homologación.
En más de una ocasión, he oído a alguien usar la palabra igualdad, no tanto para hablar de la necesidad de superar las desigualdades existentes entre mujeres y hombres, sino más bien de la pretensión de borrar las diferencias existente unas y otros, lo que implica borrar mucha riqueza y diversidad, especialmente los saberes y aportaciones femeninos.
Quizás sea esta forma de entender las cosas la que haya hecho que se use cada vez menos la palabra coeducación, palabra que nos permite imaginar un espacio en el que ambos sexos puedan enriquecerse poniendo en juego sus diferencias sin que ello implique un desigual reparto de recursos, derechos y oportunidades.
Lo que quiero decir es que confundir desigualdad con diferencia es también un modo de desviar la atención.
Estas formas de nombrar e interpretar las cosas invisibilizan la crudeza que conlleva las desigualdades existentes. Del mismo modo, nos ciega ante toda la riqueza que hay en el mundo gracias a las formas diversas de ser y hacer.
Cuando algo no se ve con toda su crudeza y complejidad, es difícil que nos toque las entrañas y, desde ahí, es fácil que se bloquee nuestra sed de justicia.
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