Hace unos días escuché a una mujer que ocupa un alto cargo de la administración pública decir algo que no es extraño escuchar en determinados foros. Ella planteó la necesidad de que haya más mujeres ocupando puestos de trabajo considerados socialmente para que la igualdad sea posible.
Ante sus palabras, yo me pregunté: ¿Quién ha dictaminado cuáles son los trabajos más considerados? ¿Quién los considera fundamentales y en base a qué? ¿Por qué ser, por ejemplo, presidente de Chupa-Chupa tiene más consideración que ser maestra de infantil? ¿Por qué los trabajos con mayor rentabilidad económica tienen más consideración que los que permiten que la vida sea más plena?
Estas y otras preguntas me llevan a decir que no quiero reducir mi mirada a lo que determinados hombres han dicho qué es lo importante. No quiero dejar de ver y valorar esa otra riqueza que muchas mujeres y algunos hombres han aportado al mundo y, desde ahí, quiero decidir qué es para mí lo importante.
Asimismo, aunque quiero que de una vez por todas los hombres dejen de tener privilegios a costa de las mujeres, este deseo no me lleva a querer los mismos derechos y oportunidades que ellos tienen actualmente. Mi pretensión es que unos y otras podamos gozar de unos derechos más ligados a las necesidades vitales y de unas oportunidades más plenas y amplias.
No quiero reducir mi horizonte vital a ser más, menos o igual a los hombres. Quiero ser simplemente una mujer singular capaz de dar un sentido propio a su vida y de crear savia nueva con los mimbres que le dan su cuerpo, la historia y el contexto diverso que le toca vivir.
En definitiva, apuesto por continuar la estela creada por muchas mujeres (y algunos hombres) que, a lo largo de la historia, han puesto el cuidado y el amor en el centro de la vida. Y, para que no haya malentendidos, hablo de cuidar cuidándose, de amar amándose, o sea, mi apuesta no implica anularme mientras cuido y amo, ni tampoco conlleva desperdiciar esta energía dando 'margaritas a los cerdos'.
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